Majestad
F. Scott Fitzgerald
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Con la inevitabilidad de una brújula giró la cabeza hacia la mesa de la acusada y volvió a mirar fijamente la cara enorme e inexpresiva de la asesina, adornada por unos ojos que parecían dos botones rojos. Era la señora Choynski, de soltera Delehanty, y el destino había dispuesto que un día agarrara un hacha de carnicero y partiera en dos a su amante, un marinero. Las manos hinchadas que habían blandido el arma no dejaban de darle vueltas a un tintero; varias veces miró hacia el público con una sonrisa nerviosa.